Las catorce asesinas de este libro tienen algo en común: esperaban para sí mismas un destino mejor. Como casi todas las mujeres del mundo, creían que sus virtudes les despejarían el camino de las miserias cotidianas. Y, como casi todas las mujeres del mundo, vieron que sus vidas estaban tomando un matiz que poco tenía que ver con lo que habían imaginado. (…)
Estas catorce mujeres también están hastiadas de pequeños detalles: ir a hacer las compras todos los días a un mercado deprimente, saber que cada noche el marido estará instalado frente al televisor, lidiar con hijos fastidiosos, tomar colectivos, preparar sopas. La lista es infinita.
Un día, una mujer se despierta y advierte que no se casó con el hombre que de verdad amaba sino con el que aceptó casarse con ella. Es probable que ya lleven juntos veinte años, y que de todo ese tiempo no pueda rescatar más que tres o cuatro días de felicidad. Puede ser que se absuelva a sí misma y culpe al marido por su propia desdicha: acaso lo elimine, disolviendo veneno en el café con leche que le prepara a la mañana. O bien, puede conseguirse un hombre adicional. Pero a estas mujeres en particular, las cosas invariablemente se les complican: los esposos se enteran, los porteros las descubren, los vecinos las delatan.
En 1973, una mujer fea y vieja mató a su amante (...) Lo asesinó porque amenazaba con contarle todo al marido. De la historia se desprenden dos lecturas fundamentales: que una mujer puede ser capaz de todo, incluso de matar de la manera más cruenta, y que hasta las menos atractivas pueden conseguirse un amante. Esta asesina demostró una capacidad sorprendente para el crimen. Ningún hombre lo podía haber hecho mejor. Acaso actuaba impulsada por una visión femenina de la vida: tal vez estaban presentes siglos de humillaciones, de desigualdades, de conquistas que nunca terminan de afianzarse. Un espíritu justiciero sobrevuela, a veces, estos actos atroces. La esposa que día tras día tiene que pedirle al marido la plata para el pan y la leche, puede terminar odiándolo. Ya lo dicen en España: el que lleva la plata a la casa es el que cuenta los chistes. A veces la esposa se harta de escuchar siempre los mismos chistes, o simplemente quiere contar uno ella (...)
Una de las protagonistas de este trabajo es una mujer que sospecha de todas las mujeres que se le acercan a su marido. Pero no sólo es desconfiada: está presa del delirio. Ni su marido ni su psiquiatra la toman en serio. Mientras tanto, ella se obsesiona con una supuesta rival. Quiere saber si es o no la mujer que se acuesta con su hombre. En su locura, usa una lógica implacable: le pide los documentos una y mil veces hasta que toma una decisión criminal. Dentro de todo, y entre comillas, envío mis respetos a esa mujer desquiciada que lucha a su manera por la verdad.
Otro dato a tener en cuenta: una vez que empiezan la faena, no pueden detenerse. Cuando se deciden a clavar el cuchillo siguen clavándolo hasta que se les acaba la fuerza. Un solo tiro a la cabeza no basta: hay que asegurarse, hay que vaciar el cargador. (...)
De alguna manera, las catorce esperaban una oportunidad de la vida. Y cuando se les esfumó la esperanza por ser lo que de verdad querían ser, se abandonaron. Se dieron cuenta de que todo lo que estaba mal, seguiría estando mal. Intuyeron una línea directriz que las conducía a la desgracia. Matar, entonces, no tenía más significado que empeorar un poco las cosas.
Marisa Grinstein, libro 1
Estas catorce mujeres también están hastiadas de pequeños detalles: ir a hacer las compras todos los días a un mercado deprimente, saber que cada noche el marido estará instalado frente al televisor, lidiar con hijos fastidiosos, tomar colectivos, preparar sopas. La lista es infinita.
Un día, una mujer se despierta y advierte que no se casó con el hombre que de verdad amaba sino con el que aceptó casarse con ella. Es probable que ya lleven juntos veinte años, y que de todo ese tiempo no pueda rescatar más que tres o cuatro días de felicidad. Puede ser que se absuelva a sí misma y culpe al marido por su propia desdicha: acaso lo elimine, disolviendo veneno en el café con leche que le prepara a la mañana. O bien, puede conseguirse un hombre adicional. Pero a estas mujeres en particular, las cosas invariablemente se les complican: los esposos se enteran, los porteros las descubren, los vecinos las delatan.
En 1973, una mujer fea y vieja mató a su amante (...) Lo asesinó porque amenazaba con contarle todo al marido. De la historia se desprenden dos lecturas fundamentales: que una mujer puede ser capaz de todo, incluso de matar de la manera más cruenta, y que hasta las menos atractivas pueden conseguirse un amante. Esta asesina demostró una capacidad sorprendente para el crimen. Ningún hombre lo podía haber hecho mejor. Acaso actuaba impulsada por una visión femenina de la vida: tal vez estaban presentes siglos de humillaciones, de desigualdades, de conquistas que nunca terminan de afianzarse. Un espíritu justiciero sobrevuela, a veces, estos actos atroces. La esposa que día tras día tiene que pedirle al marido la plata para el pan y la leche, puede terminar odiándolo. Ya lo dicen en España: el que lleva la plata a la casa es el que cuenta los chistes. A veces la esposa se harta de escuchar siempre los mismos chistes, o simplemente quiere contar uno ella (...)
Una de las protagonistas de este trabajo es una mujer que sospecha de todas las mujeres que se le acercan a su marido. Pero no sólo es desconfiada: está presa del delirio. Ni su marido ni su psiquiatra la toman en serio. Mientras tanto, ella se obsesiona con una supuesta rival. Quiere saber si es o no la mujer que se acuesta con su hombre. En su locura, usa una lógica implacable: le pide los documentos una y mil veces hasta que toma una decisión criminal. Dentro de todo, y entre comillas, envío mis respetos a esa mujer desquiciada que lucha a su manera por la verdad.
Otro dato a tener en cuenta: una vez que empiezan la faena, no pueden detenerse. Cuando se deciden a clavar el cuchillo siguen clavándolo hasta que se les acaba la fuerza. Un solo tiro a la cabeza no basta: hay que asegurarse, hay que vaciar el cargador. (...)
De alguna manera, las catorce esperaban una oportunidad de la vida. Y cuando se les esfumó la esperanza por ser lo que de verdad querían ser, se abandonaron. Se dieron cuenta de que todo lo que estaba mal, seguiría estando mal. Intuyeron una línea directriz que las conducía a la desgracia. Matar, entonces, no tenía más significado que empeorar un poco las cosas.
Marisa Grinstein, libro 1
3 comentarios:
SI EL CASO DE MUCHAS MUJERES SE HUBIESEN DADO EN ESTOS TIEMPOS TALVEZ SU SUERTE HABRÍA SIDO OTRA. PORQUE LOS MOVIMIENTOS CONTRA LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR Y HACIA LAS MUJERES HUBIERAN APELADO, CON MUCHAS POSIBILIDADES DE REDUCIR LA SENTENCIA POR DIFERENTES ATENUANTES
Es muy cierto eso que dicen de que "cada cabeza es un mundo", ni siquiera por una biografía podemos saber lo que realmente pensó cada asesina, al momento de decidir quitarle la vida a alguien.
Se supone que todos los grandes asesinos o la mayoría, han sido personas abusadas de alguna forma. En realidad podríamos pensar que si conociéramos la historia del peor asesino, podríamos comprender su forma de ser, pero ese no es el punto. Un asesino es eso, y no hay justificación para matar, es algo tan complejo, quizás también debieran pagar quienes les hicieron daño, pero, esa podría ser una defensa del acusado y hundir a gente inocente.
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