Por: PijamaSurf
Los recientes descubrimientos de la neurociencia y su eventual aplicación en la política o el marketing (para hacernos creer que voluntariamente elegimos o rechazamos un producto) podrían utilizarse también del otro lado de la arena, como técnica de resistencia hacia la manipulación personal y masiva.
Una de las disciplinas científicas más destacadas de esta época es la neurociencia, cuyos descubrimientos prometen descifrar con detalle la manera en que el cerebro humano in extenso nos configura como personas: desde los actos más sencillos y rutinarios hasta esos aspectos que durante casi toda la historia de la humanidad se han asociado con fuerzas cuasi metafísicas. Algún día la neurociencia nos dirá dónde reside eso que llamamos personalidad o libertad de elección o enamoramiento, dónde la psicopatía o la depresión, el genio, etc.
Sin embargo, como casi cualquier desarrollo científico de gran envergadura, su lado polémico no ha tardado en sobresalir. Muchas de las críticas que se han hecho en torno a la neurociencia se centran en la pérdida de libertad o de capacidad de elección que, eventualmente, podría conseguirse por medio de la información obtenida en los experimentos y las investigaciones.
Dos ámbitos particulares en que esto podría convertirse o ser ya una realidad son la política y la mercadotecnia, en donde el conocimiento conseguido a propósito del cerebro y los mecanismos por medio de los cuales elegimos o rechazamos algo (un producto, un candidato, una propuesta, etc.), podría encontrar aplicaciones más que deseables para quienes laboran en dichos campos.
Y si bien en la política, al parecer, todavía no se implementan estas campañas basadas en premisas de la neurociencia, en cambio en la promoción de productos de consumo estas han ganado cada vez más simpatía entre los grandes vendedores.
Partiendo del hecho de que “la verdad —al menos en términos de mercadeo— no es una opción racional, sino un impulso”, los neuromercadólogos apelan menos a los procesos pretendidamente racionales que nos llevan a elegir un producto y no otro que a todo ese entramado irracional que, dicen, subyace a cualquier decisión, una serie de conexiones de las que aparentemente no tenemos noticia conscientemente pero que no por ello no ocurren y, por el contrario, son según los neurocientíficos los que verdaderamente nos hacen tomar una decisión: “En captar la atención hay técnicas documentadas: los colores brillantes, la iluminación, los carteles dinámicos y los anuncios con rostros son bastante efectivos”, explica al respecto Tim Holmes, psicólogo de la Universidad de Londres.
En política todavía son pocos los casos documentados en que la neurociencia se utilice para alcanzar un objetivo político específico, aunque sin duda esto cambiará con el tiempo. Por lo pronto se sabe de un candidato sudamericano que se sometió a un escaneo cerebral para identificar sus fortalezas y sus debilidades emocionales. Asimismo, el gobierno del Reino Unido tiene un equipo que utiliza conocimientos sobre los procesos cognitivos automáticos para inclinar a los ciudadanos hacia las decisiones que el gobierno considera favorables para sus intereses.
Sin embargo, como bien apunta el artículo de la BBC del que tomamos esta información, estos descubrimientos de la neurociencia son un arma de doble filo, pues si bien pueden utilizarse para manipular a las masas y obligarlas sutilmente a que tomen cierta decisión (haciéndoles creer que lo hacen libremente), también es posible que estas masas tengan conocimiento de dichos avances y se preparen para resistir la andanada.
Un estudio, por ejemplo, mostró que ciertos sujetos son casi inmunes a estas campañas que buscan adentrarse en la parte más inconsciente del cerebro, curiosamente personas que practican un cierto tipo de meditación. Asimismo, parecer ser que si estas técnicas se basan sobre todo en el contexto en el que está situado un producto (sea político o de consumo), en el caso de las personas el mecanismo no es distinto y rodearse de personas razonables o virtuosas podría conducirnos a que “todos nosotros usemos esos conocimientos para tener más criterio, exigir más, lograr más control y quizás hasta ser más felices”.
Fuente: www.pijamasurf.com
1 comentario:
Influenciables lo somos todos, y ello es positivo, pues permanecer en posiciones dogmáticas y cerradas no es edificante. Permitirnos recibir influencias es parte de nuestra apertura (la influencia sólo nos invita, nunca nos fuerza). Ahora bien, nuestra vulnerabilidad para ser manipulados es variable y depende de cuán conscientes somos de las estrategias a que se recurre para intentar manipularnos (pueden ser cosas muy sutiles, como elogios o expresiones de sentimientos, y a veces es difícil identificarlas). Pero el conocimiento, la verdad, nos hace libres. En la medida en que estemos mejor informados y seamos más críticos y analíticos, menos manipulables somos.
Publicar un comentario