Las palabras nacen, viven y mueren. Hablamos de neologismos vinculados al desarrollo cultural en diversos campos. Pero existe también una obsolescencia de los vocablos. Los filósofos han descubierto problemas; han intentado resolverlos. A veces lo han logrado, otras han fracasado y en determinados casos han descubierto que no tenían sentido y los abandonaron.
Hago esta introducción a raíz de una experiencia personal sin mucha importancia. Pertenece a mi infancia, en la época en que la radio era el gran entretenimiento. Recuerdo una (comedia) cuyo autor era Jacinto Benavente; su nombre era Lo Cursi. No entendí la palabra y probablemente ese fracaso hizo que no la olvidara. Mucho después se despertó un gran interés por el sentido de las palabras, por su uso correcto. Y eso me llevó a investigar su significado, descubriendo que muchas de ellas se integraban en una ideología, una superestructura de clase social.
Estudié el fenómeno del argot francés, del slang americano, del lunfardo rioplatense, del caló español y su vinculación con la lengua gitana. Encontré que los sentidos de estos términos no eran inmutables y que podían variar. Eran algo diferente a los dialectos. Había en los primeros una cierta posición que los mantenía, por diversas razones, como un grupo separado y a veces se les llamaba “lenguaje de malandrines” Pero hubo también incidencia de factores clasistas. Entre nosotros, los rioplatenses, formas deformadas del italiano, del portugués (que constituye en general una inmigración pobre) eran despreciadas y suponía muy mal gusto el usarlas. No así términos derivados del inglés y del francés. (…)
En la mayor parte de los diccionarios que utilicé no pude encontrar la palabra “cursi”. La excepción fue Corominas, que nos dice: es algo de mal gusto, vocablo casi-jergal, de origen incierto, que probablemente en Andalucía fue tomado del marroquí Kursi. Pero también pudo haber sido creado por jóvenes que para burlarse usaron un lenguaje especial, con referencia a toda persona de vestir lujoso, pero desgarbada, a la pretensión (no lograda) de elegancia. Corominas se siente inclinado a acercarlo al inglés Coarse; ordinario, como cuando usamos esta palabra en sentido grosero. Hay también una aproximación a pedante, a una pomposidad fuera de lugar. Puede incluirse en el afán que los jóvenes suelen manifestar de ser originales y usar una lengua que sólo ellos entienden. (…)
Lo cursi se opone y distingue de la autenticidad, que no requiere ninguna “torre de marfil”; lo cursi puede darse en el afán de imitar a otros, o de distinguirse de los otros. En ambos casos está la renuncia a ser uno mismo.
Hago esta introducción a raíz de una experiencia personal sin mucha importancia. Pertenece a mi infancia, en la época en que la radio era el gran entretenimiento. Recuerdo una (comedia) cuyo autor era Jacinto Benavente; su nombre era Lo Cursi. No entendí la palabra y probablemente ese fracaso hizo que no la olvidara. Mucho después se despertó un gran interés por el sentido de las palabras, por su uso correcto. Y eso me llevó a investigar su significado, descubriendo que muchas de ellas se integraban en una ideología, una superestructura de clase social.
Estudié el fenómeno del argot francés, del slang americano, del lunfardo rioplatense, del caló español y su vinculación con la lengua gitana. Encontré que los sentidos de estos términos no eran inmutables y que podían variar. Eran algo diferente a los dialectos. Había en los primeros una cierta posición que los mantenía, por diversas razones, como un grupo separado y a veces se les llamaba “lenguaje de malandrines” Pero hubo también incidencia de factores clasistas. Entre nosotros, los rioplatenses, formas deformadas del italiano, del portugués (que constituye en general una inmigración pobre) eran despreciadas y suponía muy mal gusto el usarlas. No así términos derivados del inglés y del francés. (…)
En la mayor parte de los diccionarios que utilicé no pude encontrar la palabra “cursi”. La excepción fue Corominas, que nos dice: es algo de mal gusto, vocablo casi-jergal, de origen incierto, que probablemente en Andalucía fue tomado del marroquí Kursi. Pero también pudo haber sido creado por jóvenes que para burlarse usaron un lenguaje especial, con referencia a toda persona de vestir lujoso, pero desgarbada, a la pretensión (no lograda) de elegancia. Corominas se siente inclinado a acercarlo al inglés Coarse; ordinario, como cuando usamos esta palabra en sentido grosero. Hay también una aproximación a pedante, a una pomposidad fuera de lugar. Puede incluirse en el afán que los jóvenes suelen manifestar de ser originales y usar una lengua que sólo ellos entienden. (…)
Lo cursi se opone y distingue de la autenticidad, que no requiere ninguna “torre de marfil”; lo cursi puede darse en el afán de imitar a otros, o de distinguirse de los otros. En ambos casos está la renuncia a ser uno mismo.